viernes, 22 de junio de 2012

Historias de un Infierno IIII

Poner "IIII" en vez de "IV" fue intencional.
Imagen sacada de aquí.


Salgo del trabajo y camino lo más rápido que puedo, para alcanzar un mugroso centro de atención donde pueda pagar mi internet, antes de que lo cierren y tenga que volver al día siguiente. Sorprendente cómo me ha trastornado. Un día antes me habían quitado el servicio por no haber pagado a tiempo. Y no quiero pasar otra noche sin mi medio de escape de la realidad digital (pensándolo bien, ¡qué estúpido!).

La lluvia nunca está del lado de quienes tenemos alguna urgencia, y menos en esta ciudad. Ojalá pudiera expresarme como los grandes escritores, refiriéndome al transporte público de la ciudad como "tren subterráneo" o bien usar algún otro sinónimo más rebuscado. Pero no es así. Aquí se llama "metro", y cualquier otro nombre, lejos de elegante, suena ridículo. Así que, a las 7:50, el metro (y no el tren subterráneo) sigue inmóvil. A las 8 en punto cierran las puertas de la maldita agencia, y al paso que voy, llegaré a la estación en 15 minutos, de modo que no voy a alcanzar.

Decido cambiar de rumbo e ir a un centro más cercano, aunque eso signifique desviarme del camino a casa y después tarde más en regresar. Esa agencia está ubicada en una pequeña plaza comercial, la cual me trae entre buenos y malos recuerdos. Ahí vi por primera y última vez a la primer chica por la que sentí que ya no era un niño. Siempre procuro no volver a ese lugar que me recuerda esos rizos rubios, esos ojos verdes, y esos labios que me enseñaron a besar. Ya habrá tiempo de pensar en cómo soy capaz de cualquier cosa, hasta de afrontar esos recuerdos, con tal de no perder mi estúpido vicio. Por lo pronto, tengo que apresurarme.

Tras desviarme, llego a la estación. Mi reloj marca 7:59. La esperanza me hace no confiar plenamente en él, así que saco mi teléfono celular y compruebo la hora. 7:57. Cuando tienes una urgencia, 2 minutos son una eternidad a tu favor. Salgo corriendo de la estación y me dirijo hacia la pequeña agencia. Afuera llueve bastante, pero no me detengo. La gente me ve con recelo, hasta con miedo. No veo a nadie a la cara, pero lo sé. Completamente vestido de negro, cabello largo, barba de 5 días, y corriendo a toda velocidad con la mano izquierda sujetando el bolsillo del pantalón para que no salga volando mi teléfono, sé que cualquiera me podría confundir con un ladrón. Ruego mentalmente que, en caso que me observe algún policía, no piense mal y salga corriendo tras de mí.

Corro tan rápido como me permite mi orondo cuerpo que hace años no percibe los beneficios del ejercicio y posee una pésima condición por culpa del nunca biennombrado placer de fumar. Llego a la estación jadeando, empapado en sudor y lluvia a tal grado que parece que caí sobre un charco. Apenas estoy dentro, la persona de seguridad se dispone a cerrar las puertas para evitar la entrada de otro cliente. Tomo aire y sonrío victorioso. He triunfado. Una victoria estúpida, considerando las razones para haber corrido tanto. Pero la satisfacción de luchar por algo y lograrlo, por insensato que sea, nadie me la quita.

Sin embargo, hasta ahí llegó mi alegría. Después de hacer el pago correspondiente, comprobar que me cobraron la cantidad exacta en la cuenta exacta, y soportar la cara de extrañeza (y quizá de repugnancia) de la cajera al verme jadeando, empapado, y con aspecto de vagabundo, salgo de la plaza. Afuera deja de llover, aunque el aire frío persiste. Me abrigo lo más que puedo, y me encamino hacia una avenida abierta, donde pueda tomar algún taxi para volver a casa. La garganta me empieza a arder horrores, mi sudor está tan frío que se confunde con el agua de la lluvia, y mi cuerpo, que unos minutos antes ardía de tanto esfuerzo, se enfría tan rápido por el agua que comienzo a sentirme mal. Siento los estragos de tanto fumar, y empiezo a toser. Una tos asquerosa, que me hace escupir cada vez. Toso tanto que termino vomitando. No puedo evitar sentir vergüenza por esta situación como seguramente todos los transeúntes sentirán asco al verme.

Logro llegar a la avenida, y me quedo unos 5 minutos inmóvil, esperando a que se detenga un poco el ardor de la garganta para poder tomar un taxi y evitarme la pena de toser (y quizá volver a vomitar) dentro del mismo. Ya que estoy mejor, abordo un vocho, le doy indicaciones de mi destino, cómo llegar, y me derrumbo en el asiento trasero. El tráfico es horrible, veo que tomará el doble de tiempo llegar a casa, así que cierro los ojos y me concentro en relajar la garganta, para no seguir tosiendo.

Suena una estación de radio. Es uno de esos programas donde los conductores se sienten con toda la autoridad para ejercer un juicio sobre este o aquel tema, aunque ellos mismos no suenen muy convencidos de lo que están diciendo. No escucho muy bien lo que dicen por el ruido de los coches, pero distingo a un par de mujeres y un hombre hablar de algún tema sobre política. Sobre López Obrador y Peña Nieto. Otra vez lo mismo, pienso. A donde voltee solamente hablan de ello. Y ahora me preocupa más mi garganta, así que no presto atención. Pero en eso el taxista exclama:

-¡Pinche Javier Sicilia está pendejo!

No me gusta dejar a alguien hablando solo, aún si no tengo intención de mantener una conversación, así que contesto:

-¿Perdón...? - se me corta la voz, tengo que carraspear (y soportar el dolor) para aclararla y repito - ¿cómo?

-Según Sicilia nadie va a comprarle armas viejas a Estados Unidos. ¡Ah chingá! Si les compramos coches viejos, ropa, toda la tecnología austera y la chingada, ya parece que no les van a comprar armas viejas. ¡Como si las armas fabricadas hace 5 años ya no matasen a nadie! ¡Y dice ese pendejo que no!

No sé qué escuchó en la radio o de qué habla, así que opto por darle la razón y balbucear cualquier sonido afirmativo, esperando que guarde silencio el resto del camino. Pero mi respuesta lo animó a seguir hablando, y baja el volumen al stereo para que lo pueda escuchar mejor:

-En verdad, chavo - prosigue - los políticos están bien pendejos. Creen que tienen controlada a la gente, y que sólo los narcos son peligrosos, pero no es así. Conozco ya muchas partes, porque yo viajo mucho, y te puedo decir, por ejemplo en la sierra de Guerrero, en Oaxaca, Chiapas, etc, hay muchas entidades armadas hasta los dientes. Tienen un chingo de armamento. Sólo están esperando un chispazo, algo que los encienda, para levantarse en armas. Y todo va a valer madre.

Aunque dudo un poco de su afirmación, le sigo el juego y pregunto:

-¿Y qué sucedería? ¿Otra revolución?

-Sí. Una revolución armada. - contesta tras un momento de reflexión - La gente ya está harta del PRI y que los políticos únicamente se peleen el poder y no vean por ellos. Ya no hay vuelta de hoja. Es cuestión de tiempo.

-Antes ya se habían tardado - respondo. Su afirmación me hace olvidar un poco el dolor de garganta y continuar la conversación. - Qué lástima haber tenido que llegar a esos extremos.

-Exacto, y todo lo propició el mismo gobierno, hizo un mega desmadre con el país, y ya se les salió de control. Te voy a poner un ejemplo: la puta Ley de la Convivencia.

Me doy cuenta de cuan poco me ha importado la política. No recuerdo en qué consiste dicha ley. Y me gana el orgullo para admitir mi ignorancia, así que lo dejo hablar.

-Yo no tengo nada en contra de los homosexuales. - prosigue - Tengo muy buenos amigos gays y amigas lesbianas, y son muy respetuosos. Pero esa ley es una reverenda pendejada, y te voy a explicar por qué: porque los pendejos únicamente la aprobaron aquí y en Quintana Roo, y allá únicamente en zonas muy cerradas; pero aquí en el DF es completamente abierto. El problema es que, cuando haces una ley de ese tipo, tiene que ser a nivel federal, como en Estados Unidos. Allá aprobaron esa ley en 17 estados o algo así, no recuerdo bien. Pero estos pendejos aprobaron únicamente aquí en el DF esa ley. Y solamente aquí los gays pueden casarse y adoptar hijos. Entonces ¿qué sucede?

-Que comienza una emigración bestial hacia el DF para poseer esos beneficios - contesto por él.

-¡Ándale! Ya de por sí no cabemos en esta pinche ciudad, ve el tráfico que hay - volteo un momento hacia el camino, y me doy cuenta que estoy tan atento a la conversación que hasta olvidé un poco el malestar de la garganta, y él prosigue - y antes no estaba así. Y siguen llegando un chingo, porque esos pendejos creían que los gays eran sólo miles, pero en toda la república son MILLONES, y únicamente aquí los ampara la ley para casarse. Por eso te digo que son unos pendejos. De por sí no cabemos, ahora menos.

En eso el taxista se detiene bruscamente, junto con otros automovilistas, por culpa de un Seat Ibiza que se pasa el semáforo en rojo y cruza a alta velocidad. Tras comprobar que, fuera del susto y del coraje por dicho estúpido no sucedió nada grave, arranca y continuamos. Pareciera que observar el coche en cuestión le hizo recordar algo importante, y sigue:

-Ve, otro ejemplo. Cuando gobernaba el PRI, aquí había un control vehicular tan bestial, que tener un coche era casi imposible...

No fue hasta que dijo eso que lo observé detenidamente. Por la forma de hablar y el timbre de voz pensé que tenía mi edad, a lo mucho un par de años más, pero entonces vi que, aunque se veía y se expresaba muy jovialmente, rondaba por los 45 años.

-En ese entonces, tenías que hacer un chingo de trámites, pagar un chingo de licencias, dar todos tus datos para sacar un coche, en fin, era un desmadre. Pero a raíz que entró el pinche PRD a gobernar la ciudad, valió madre. En 2002 ese hijo de su puta madre de López Obrador se arregló con todas las firmas de automóviles. Antes de ese wey solamente estaba la Nissan, la VW, la GM, la Ford y los coches de lujo. Pero ese ogt se reunió con todas las firmas de coches, les sacó un dineral por dejarlos entrar, y ahora ve. Ya hay Seat, Renault, Mitsubichi, un chingo de marcas entraron al DF, y ahora con 10 mil pesos y tu IFE ya te dan tu coche en entrega inmediata. Ese pendejo también legalizó los coches gabachos, todo con tal de sacar un billete. Ve, en 2005 habían 2,300,000 coches en el DF. ¿Sabes cuántos hay hoy?

Tardo un momento en responder (con otra pregunta, claro está: "Ni idea, ¿cuántos?"). Aunque desconozco si sus fuentes son fidedignas o si son puras exageraciones, me alegra ver su desprecio por AMLO. Yo siempre he pensado que el PRI y el PAN han hundido al país, pero nunca he creído que el PRD sea la opción, y tras años de tratar con sus simpatizantes, que creen conocer la verdad por leer la revista "Proceso", medios "abiertos y apartidistas" (todos con obvias tendencias de izquierda por cierto), u otras fuentes que no sean las de la televisión abierta, y reaccionan frente a los no-simpatizantes del PRD tal como los fieles de la Santa Inquisición frente a un pagano, me da gusto hablar con alguien que vea las cosas con mayor objetividad.

-Ni idea, ¿cuántos? - respondo finalmente.

-¡Ahora hay 5,400,000! Y eso sin contar taxis piratas, que de igual manera no entraron hasta que el PRD gobernó. Todas esas bases de Frente Francisco Villa y la chingada le dan 100 pesos diarios a los líderes y ya pueden chambear, y los pendejos como yo que quieren hacer todo "bien", nos cuestan 80 mil pesos las placas, sin contar el resto de permisos. ¡Son chingaderas! No importa cuántos segundos pisos construyan, el tráfico ya es un desmadre. Y va a continuar creciendo.

No es el primer taxista que me confiesa ese dato en particular, así que, si bien 2 o 3 cosas que ha dicho pueden no ser ciertas, tampoco está inventando todo. Quisiera poder continuar platicando, pero hemos llegado a mi destino. El taxímetro marca 27 pesos. Me sorprende que marque tan poco, considerando el tráfico y el tiempo que platicamos. Le pago 30, le doy las gracias, me despido y bajo.

Apenas pongo un pie fuera, noto el cuerpo cortado. Me tiemblan las piernas. Pienso que me voy a enfermar de gravedad. Ya no tengo la agitación de haber corrido tanto, aunque me sigue ardiendo la garganta. Y al entrar a casa, siento desfallecerme. Quiero seguir pensando en la situación actual. En la tensión y en los problemas que se vienen en caso que lo que me contó el taxista sobre toda la gente lista para levantarse en armas sea verdad. En que tengo que leer más, para no volver a pasar por la vergüenza de no saber de algo tan hablado como la Ley de la Convivencia. En que tengo que dejar de fumar y seguir haciendo ejercicio, para tener más recuerdos como el de aquella Plaza, donde vi a aquella niña rubia que sé que no voy a olvidar hasta que muera. Pero algo dentro de mí se rehúsa. Solamente atino a secar mi greñero con una toalla, quitarme los harapos mojados, ponerme ropa limpia, y tirarme en la cama.

Antes de perder la conciencia miro hacia el escritorio, donde está el módem. Lo contemplo un momento, sonrío y me pierdo. Ya tengo internet otra vez...