martes, 31 de diciembre de 2013

Historias de un Infierno IX





Benedictus quit venit in nomine domini…

Todavía me acuerdo de mi primer acercamiento a "la casa de Dios".
Desconcierto es la palabra que mejor describiría cómo me sentí. Es una especie de castillo en miniatura, lleno de altares, aunque no tenga idea siquiera de qué significa la palabra altar. Un mar de butacas para la congregación. Al centro, un hombre (siempre un hombre) que habla de lo inexplicable con tanta seguridad que hasta parece que sabe de qué está hablando. Al fondo, una imagen tallada en madera y adornada con bastante lujo que ejemplifica a un hombre (otro), descarnado y sangrando, con toda marca de injuria y mutilación, clavado de manos y pies en una estaca. Nos rodea un ambiente tenso sin razón aparente; solemne, serio y con un cierto aire de tristeza, como la sala de espera de un consultorio médico. Un asqueroso olor a ardiente incienso satura el lugar; incluso ahora el humo del tabaco me resulta más tolerable. La gente está amaestrada para reaccionar. Levántense, siéntense, arrodíllense, recen y arrepiéntanse. Rueguen por el perdón de sus pecados, pidan ayuda al Altísimo, y quizá (y sólo quizá) Él se digne a escuchar sus plegarias.
Ojalá me hubiese sucedido todo eso a estas alturas. Ojalá hubiese tenido un sentido más analítico, o por lo menos que mi mente hubiese sido menos manipulable. Pero no fue así. Tenía yo 4 años. No podía explicarme por qué iba a irme al infierno, aunque pensándolo bien, aún a mi edad actual no lo entiendo.



Es octubre. El otoño desciende sobre nuestros corazones.

Estoy en el taller de mis joyeros, esperando unas piezas mientras me trituro el pensar, ya que es lo único que se me da bien. La situación es la misma de hace varios ayeres. Estamos sujetos a la gente que llegue a comprar. Pero ha sido un suplicio. La lluvia espanta a la gente, y últimamente ha llovido como nunca, según dicen los meteorólogos en cualquier medio de información. Encima, hay una lucha de la que muchos parecen saber pero pocos entienden en su totalidad. El Gobierno decretó una Ley que afecta al Sindicato de Educación, y sus líderes-acarreados-etc han bloqueado el acceso al Centro en las últimas semanas, haciendo que el flujo de gente sea mínimo. En consecuencia, todos estamos sin trabajo.

Quien diga que estamos en una sociedad civilizada claramente no tiene problemas pecunarios. Yo nunca había visto a tanta gente tan desesperada por la falta de dinero, desde el obrero más humilde hasta el judío más adinerado, que dicho sea de paso aquí abundan y son los dueños del lugar. James Joyce debe estar revolcándose en su tumba. A diferencia de Irlanda, aquí en México entra todo mundo, así que esos virus que no se van hasta haberlo consumido todo, llegaron para quedarse.


Todos los presentes en el taller estamos consumiéndonos. El lugar en cuestión es un pequeño cuarto, adaptado de forma que caben unas mesas para trabajar, apretados pero bien. El joyero con quien trabajo ocupa un espacio de máximo cuatro metros cuadrados, y el montador (el joyero que se dedica a incrustar piedras) ocupa solo un par de metros cuadrados. Hay tres mesas altas de madera vieja, con astilleros empotrados, y sin mayor gracia que un cajón donde recogen la limalla. Encima de las mesas hay tazones de ácido sulfúrico y de agua, frascos con altincar, bórico, aceite para motor, líquidos para pavonar, abrillantar, dorar y otros brebajes. Hay fisuras, brocas, mandriles, limas, pinzas, lastras, cubos de embutido, suajes, papel de lija y otros artefactos, la mayoría ya viejos y oxidados, pero que aún sirven. Se iluminan con un par de focos de halógeno largos que a duras penas alumbran. Una serie de calendarios viejos y pósters cubren las paredes falsas del taller. La imagen del Cristo es la que resalta. Aquel que murió por cualquiera que sea el pecado que haya cometido un ser humano por el simple hecho de haber nacido. ¿Por qué el resto de la creación no está condenada al infierno? ¿El pecado humano consistirá en poder pensar y razonar?

No existe el Infierno ni el Paraíso. Cada hombre se crea su propio Infierno o Paraíso. Normalmente en este taller hay alegría, risas y un ambiente relajado de trabajo. Pero ahora parece un lugar solemne, como un cementerio. O mejor dicho, como la casa de Dios, donde todos pareciesen ser culpables de algo, aunque nadie sepa exactamente de qué. Los joyeros llevan rato sin trabajar, y a duras penas han comido. Yo no he comido en todo el día, y las deudas me llegan más al cuello de lo que alguna vez me han llegado.

Le pregunto a mi joyero cómo le ha ido, fingiendo saber que no lo sé. Me dice que está jodida la situación. Dicen que los escritores saben lo que es sufrir hambre. ¿Por qué nunca usan las palabras que realmente usa la gente pobre? Todos regulan el vocabulario, quizá para no incomodar al lector. Pero como dice cierta canción: “las letras no entran cuando se tiene hambre”. ¿Es tan malo decir que estamos bien pinches jodidos y no tenemos para un chingado taco, en vez de referirnos a la pobreza como “una escasez que parece perseguirnos aún después de la muerte”? ¿A alguien le importa realmente nuestra falta de tacto para expresar lo que realmente uno siente? ¿Importa más el no parecer unos imbéciles de mal gusto que un estómago vacío? ¿O es acaso el hecho de que una escritura impecable distingue al buen escritor del pobre aficionado que nunca dirá nada bueno? ¿Quién fabricó esas doctrinas? ¿Los escritores que padecen un miedo mayor a ser rechazados por el editor que a describir lo que realmente piensan?

Ambos joyeros se miran tras meditar otra vez sobre mi pregunta de cómo les ha ido. No hay trabajo. Así de simple. Sólo queda el mismo camino árido de siempre: levantarnos antes de que salga el sol, vestir lo mejor posible, salir corriendo y llegar a plantarse al respectivo lugar de trabajo. Lo demás hay que dejarlo en manos de Dios. Ese mismo Dios que se burla de nuestra hambre. De nuestro sentir. Somos esclavos sin darnos cuenta. Perdemos la vida en nombre del dinero, rogando a Dios para que nos permita tenerlo. Dios no es la salvación, sino el dinero. El dinero saciará tu hambre y calmará tu sed, te vestirá con ropajes y te permitirá cierto estilo de vida dependiendo cuánto dinero ganes. Tu vida será aquello que suceda a tu alrededor mientras no estés ocupado regalando tu vida en el trabajo para conseguir al dios dinero, puesto que de éste proviene tu salud y tu bienestar. El “otro” Dios, que se compadecerá de ti si mueres en nombre del dinero.

Salgo del taller, una vez entregadas mis piezas. Regreso al trabajo. Es peor de lo que había notado. Debemos prácticamente todo. Casi hasta el alma. Llegan como 9 personas a cobrar. No hay dinero para ninguna de ellas. El infierno se hace presente. ¿Cómo es que no existe un Dios si el infierno se hace más que presente?


Pic & Photoshop by Art Mageda


Ya es invierno. He pasado por varias situaciones, así que no he regresado en un buen tiempo a este lugar del que aprendí tantas cosas. Es casi año nuevo. Falta un día para la NocheVieja. Vuelvo al taller donde cuestioné tantas veces la existencia de un ser supremo.

Encuentro a mis joyeros en una situación peor. La diabetes los ha hecho padecer más, y cada vez hay menos trabajo. El montador de piedras dice que apenas tienen para la renta, y que en Navidad prácticamente no comieron bien. El joyero dice que “gracias a Dios tiene aún algo de chamba”.

Yo cambié de aires hace tiempo. Ya no soy joyero, como pensé que iba a ser toda la vida. Ya me dedico a otra cosa. Tengo al menos mi paga segura. Mi bendición del Dios Dinero por perder la vida trabajando en su nombre. Tengo otro semblante por lo mismo, y sin embargo siento que regresé al valle de lágrimas. Hallo a la misma gente que encontré en el camino, en peores circunstancias, aún alzando los ojos al cielo, buscando la salvación, o por lo menos la bendición del Dios Dinero, aquel que saciará su hambre mientras pierdan la vida luchando por su bendición. Tengo un encargo para el joyero: un sujeto me encargó un brazalete pesado de plata maciza, como de 100 gramos, y ni tardo ni perezoso lo fabrica en menos de 2 horas. Le pago y me despido de él.

Quizá no debería afectarme tanto, pero salí de ahí con ganas de llorar. No sé si cuando vuelva a verlo estará en peores condiciones, o si mínimo lo encontraré vivo...



Me viene a la mente lo que vi cuando fui por primera vez a la casa de Él. La promesa de la vida eterna. Un aire solemne y de respeto. Algo invisible a qué asirnos, Un alivio para las almas que no saben aún a qué vinieron a este mundo. Yo tampoco lo sé, pero después de ver un caso tan aislado, lleno de sentimiento humano y de lágrimas que no brotan, de una soledad llena de esperanza, siento que vinimos a este mundo a llorar, y únicamente a llorar.

No es ésta la historia que quería contar. Yo quería hablar de la creencia humana hacia Dios y cómo ha transformado a la gente, pero terminé contando (de una forma demasiado estúpida) cómo esa creencia humana me hace sentir tan miserable…



Benedictus quit venit in nomine domini...


jueves, 19 de diciembre de 2013

C'est La Vie 041

Cuando el tráfico y el mal del puerco se alían...
¿A quién no le ha pasado?


Namaste.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Quote

La razón por la que hice esta imagen tiene todo un trasfondo, pero es tarde y tengo que levantarme a trabajar a las 5:30 a.m... ¡A las pinches 5:30 a.m.! Sí, hay mucha gente que se levanta aún más temprano, pero bueno. Por hoy la subo, quizá mañana escriba sobre ello.

Namaste.


domingo, 1 de diciembre de 2013

Staring on the horizon




No encuentro nuevos tonos, sólo me encuentro a mí mismo.

Namaste