lunes, 22 de septiembre de 2014

Historias de un infierno XI










Es difícil generalizar cuando conoces tan poco de la vida. Sin embargo, es lo más sencillo que se puede hacer en nuestros pequeños y frágiles mundos. Observas la forma de ser de unos cuantos y puedes casi adivinar sin falla quiénes son iguales. Este escrito es una remembranza de mi escaso tiempo como oficinista.





Me quedé sin trabajo a 2 meses de que se acabara el año. No tenía para comer y bajé considerablemente de peso. Seguía (y sigo) gordo, pero ya no tan mórbidamente como antes. No tenía para la renta, y me estaba muriendo de hambre, nervios y desesperación. Carecía tanto de dinero y me ganaba tanto el orgullo para pedirle prestado a algún conocido que mi comida se limitaba a una sopa instantánea diaria, y más de una vez me resigné a saciar mi sed bebiendo agua de la regadera (mi cuarto no tiene lavabo). Son detalles que no sé por qué cuento si no vienen al caso para el conflicto que traigo entre manos (el cual, como siempre, intento desenredar escribiendo). Quizá mis historias son tan vacías que suelo llenarlas con detalles absurdos para que parezca que sé de qué estoy hablando. O quizá es la fórmula para alargar a trescientas o cuatrocientas páginas una historia que bien podría ser contada en una o dos, como supongo hará más de un escritor real.

 

Bien pude haber buscado trabajo de lo que fuese, con tal de comer y pagar la renta. Pero siempre soñé con trabajar, así fuese una vez en la vida, de lo que estudié: Diseño Gráfico. Aún a la fecha no entiendo en qué se me ha ido el tiempo. Tenía 28 años, y al redactar mi C.V. caí en la cuenta que no tenía experiencia de ningún tipo. Sólo sabía vender y fabricar joyas, a lo que me he dedicado desde que cumplí 20. Se me han ido 8 años de mi vida, y todo el dinero que gané, la gente que conocí, las mujeres que amé y -principalmente - el tiempo que viví, se han quedado atrás, muy atrás. No entiendo cómo ni en qué, por más que medito sobre ello. No me quedan ni recuerdos. Es como si hubiese estado dormido todo este tiempo. Si juntara todos los actos que pudiese recordar en estos años no serían ni 2 años de vida. ¿Y los otros 6? Así que, mientras me quedase algo de juventud, quería trabajar de ello. Sí, gracias a mi afán de exagerar lo malo, la crisis de los 30 me ha caído peor de lo que esperaba.



Necesito dejar de desvariar, y contar lo que estoy pensando, o nunca voy a acabar.

 

Después de armar una carpeta de trabajo "como Dios me dio a entender" ya que nunca había armado una y enviarla a diferentes empresas, por fin consigo trabajo, curiosamente, a 20 días de terminar el año. Llegué el día que me solicitaron a las 8 de la mañana, y estoy en una oficina llena de cubículos, lo suficientemente grande para que quepan como 20 personas y cientos, o quizá miles, de muestras de mochilas. La empresa se dedica a eso: diseñan todo tipo de mochilas y equipajes, mandan hacer todo a China, y aquí se encargan de la distribución. Doy gracias a Dios (más como parte de mis costumbres indígenas que como verdadero agradecimiento) de haber perdido tanto tiempo jugando videojuegos y frente a mi computadora: tengo un excelente nivel de inglés y una buena aptitud para usar software de diseño, así como para aprender a usar lo que me pongan enfrente, así que creo poder adaptarme rápidamente, aún siendo mi primer trabajo fuera de la joyería. Para tener 28 años y, en el área de diseño, donde contándome éramos 9, ser el más viejo de todos ellos, me vi demasiado inocente pensando que así sería.


 No ahondaré mucho en lo que hacía: me habían contratado para desarrollar una nueva página web para la empresa, ya que la página de entonces estaba hecha en Flash, y estaba totalmente desactualizada. Por otro lado, mi trabajo consistía en diseñar mochilas y equipajes y redactar detalles de la manufactura de las mismas para su fabricación en las costurerías en China. Además, por las razones que expondré más adelante, gran parte del tiempo se me iba en otras cosas.




El problema no era el trabajo. El problema era el entorno.

 

El primer día que me presenté, sentí aprehensión. No comprendía bien por qué, pero noté que el ambiente estaba tenso. Supuse que era porque estaban todos apurados diseñando, pero no me parecía una excusa razonable. Decidí que me sentía así porque no conocía el ambiente de oficina, ya que era la primera vez que trabajaba en una, así que procuré relajarme un poco. Me presentaron rápidamente a toda la gente de la oficina: cuatro chicas del área de comercio, cuatro contadores -uno de ellos mujer-, dos señoras de intendencia, un mensajero, una recepcionista, una secretaria, un fulano de sistemas y ocho diseñadores - 4 hombres y 4 mujeres. Después, no hice absolutamente nada, más que seguir preguntándome por qué se sentía el ambiente tan pesado.

A la una y media de la tarde por fin es hora de comer, y sólo uno de los fulanos del área de diseño sale conmigo. Los demás traen sus tuppers llenos de comida, mismos que calientan en la pequeña cocina de la oficina y devoran alrededor de una mesa plegable. Quien sale conmigo me recuerda su nombre. Un tipo simpático, bien parecido, y al parecer el más viejo después de mí. Resultará más adelante uno de los pocos que pude considerar un amigo de ese maldito lugar.

Las condiciones geográficas del lugar son raras. Son cerros y barrancos por todos lados, y la calle de enfrente está 20 metros hacia abajo. La entrada al edificio está sobre una cuesta, como todas las demás calles. Desde esa cuesta el edificio se ve como un pequeña construcción, pero los cimientos están hasta el fondo del barranco, así que sobre esa calle el edificio, que tiene dieciocho pisos, parece sólo de cuatro contando la planta baja. Todos los edificios de esa calle están hundidos en el barranco, asomando solamente la cima sobre las calles aledañas. Sin embargo, al fondo del barranco hay otra calle, conocida vulgarmente como "el Inframundo” desde donde también hay acceso a todos esos edificios, y sobre la misma, hay varios puestos de comida. Venden tacos de guisado, al carbón, de carnitas, hamburguesas, sopes, huaraches y tacos dorados; incluso hay uno que vende pozole, y sin contar la clásica micro tiendita que vende dulces, cigarros sueltos y hasta tortillas.

Compramos nuestros respectivos tacos en los puestos y nos dispusimos a comer afuera de un minisúper que está en la entrada de uno de los edificios de alrededor. El lugar es un pequeñísimo patio, lo suficientemente grande para que quepan 2 mesas cuadradas de plástico y varias sillas, de esas que obsequian las cerveceras o las refresqueras para los negocios, pero era el único lugar ahí abajo donde se podía comer a gusto. Nos sentamos frente a una de las mesas, como haríamos cada vez que saliésemos a comer de ahí en adelante, mientras platicábamos un poco sobre nosotros: qué hacíamos antes, por dónde vivíamos, cuánto tiempo llevaba él ahí, cómo se llamaban todos en la oficina, etcétera. Ya entrado un poco en confianza, le comenté que sentía una cierta repulsión por parte de todos. Me dijo que por desgracia así era, ya que él mismo la había notado, pero que no era mi culpa, y procedió a contarme que cuando entró el último de ellos a trabajar ahí, lo anunciaron de la forma más miserable: el gerente llegó junto con el recién llegado al lugar de uno de los diseñadores que ya estaban. "Fulano, este es X, es el nuevo diseñador." "¡Ah hola! Mucho gusto" "¡Hola! Un placer" "Bueno, Fulano, X va a ocupar tu lugar porque estás despedido, así que ¡hazte a un lado!". De modo que, en cuanto me vieron llegar, los 8 temieron por sus trabajos, así que la tensión era más que obvia.

Sin embargo, esa tensión que noté desde ese día no era nada más por el posible despido de alguien a causa de mi llegada. El lugar irradiaba mala vibra, y eso que yo no tengo sensibilidad ni el don que poseen algunos para percibir esas cosas. Era como si todos ahí conspiraran contra todos. Era un ambiente tenso y hostil, y aunque no me gusta darle importancia a la gente que no vale nada, tengo que desahogarme si quiero dejar de ahogarme en mi propio rencor.



 Empezaré por mí mismo: encima que terminé haciendo de todo menos diseñar, era tanto el desgaste por la mala vibra y todo lo que comentaré más adelante, que empecé a perder el interés por el trabajo. Empecé a llegar tarde, a faltar sin justificación, y fue cada vez más frecuente, hasta que me hicieron firmar una carta convenio: si volvía a faltar una sola vez, o bien si seguía llegando tarde, se revocaría mi contrato con la empresa. Acepté de mala gana y firmé, y dejé mi mal comportamiento de lado. Sé que fue estúpido de mi parte, pero que quien esté leyendo esto juzgue esa estúpida manera de proceder una vez que termine de leer toda la historia. Por ahora, proseguiré.


La jefa de diseño era, como habría de darme cuenta, una persona déspota y sin escrúpulos, que expresa con total naturalidad cuando alguien no le cae bien. Ella era la encargada de enseñarme cómo se hacían las cosas ahí. Sin embargo, nunca aprendí nada de ella. Se la pasaba contestando correos de las fábricas de China, supervisando los diseños de los demás, y el resto del tiempo lo disponía para chismorrear mediante su teléfono o simplemente con los demás colegas. Nunca pensé que existiese gente que pudiese afectarle tanto a los demás sin existir una relación amorosa de por medio, a diferencia de lo que había experimentado en toda mi vida.

Puesto que sólo había 8 computadoras para el área de diseño y todas estaban ocupadas, cuando llegué me asignaron provisionalmente una laptop en una mesa destinada a muestras de telas y pequeñas juntas. Sobra decir que aunque no era precisamente la mejor área de trabajo, me adapté fácilmente. La laptop no tenía ningún programa de diseño (era de un contador), así que le pidieron al de sistemas que le instalase todo lo que necesitase. Pasaron 2 días en los que no hice absolutamente nada, y al ver que no tenían para cuándo (y me exigían que empezara a hacer algo) decidí bajar los programas en mi casa y llevarlos en una USB. La jefa me regañó al verme instalando todo, argumentando que, según los acuerdos con las licencias con las que trabajábamos, no podía usar software pirata. Me quedé entonces perdiendo el tiempo otra vez, sólo para que después llegara el de sistemas a instalarme todo lo que necesitaba, y al revisar las carpetas que copió vi que todos eran archivos de torrents (unos eran básicamente los mismos programas que yo bajé, otros eran versiones más viejas, incluso uno de ellos mal crackeado, nunca funcionó y a escondidas yo terminé instalando mis propios programas). Incluso tiempo después noté que algunas computadoras de mis colegas siempre mostraban la leyenda "Su copia de Windows no es original". Pero claro, hay que chingar al indio y darle a entender que no se manda solo, aún si está haciendo las cosas bien o al menos con sensatez.

Dado que no podía hacer la página web hasta que los dueños fuesen a la oficina y hablasen conmigo, empezaron por asignarme el diseño de una mochila. En la oficina usaban Corel Draw, así que estuve moviéndole un rato, pero desistí al no entenderle al programa, y simplemente intenté hacer lo mismo en Illustrator, el programa de vectores que sí sabía usar. Cuando se asomó a ver lo que hacía, la jefa reaccionó como si le hubiese mentado la madre, y me exigió que no usase ese programa por nada del mundo, y que si quería trabajar ahí, tenía que usar Corel Draw y solamente Corel Draw. Ni siquiera hizo caso cuando le dije que bien podía exportar todo al final, así que tuve que resignarme.

Las quejas pasaron a ser respecto a los diseños. Le pregunté si requerían que siguiese algún procedimiento, a lo que respondió "eso depende del diseño que propongas". Hice lo primero que se me ocurrió, y tras pedirle su opinión, se limitó a decir resoplando "le falta diseño". Yo a la fecha sigo sin entender esa frase. ¿Qué chingados debo entender por "le falta diseño"? ¿Que está mal estructurado? ¿Que se ve mal y/o es una mentada de madre a la vista? ¿Que tiene muy pocos elementos y requieren algo naquísimo, sin espacios entre tanta madre? ¿O simplemente que tengo que adivinarles sus gustos? Hice otro diseño, el cual desechó, argumentando que debía seguir una guía de colores que había ahí, y debía respetar la cantidad de cortes, materiales, y otros aspectos, y básicamente sucedió lo mismo con casi todo lo que diseñé después.

 En retrospectiva, no me explico cómo podría llegar alguien ahí sabiendo diferenciar un nylon barato de un caro, un poliéster fino de uno corriente, si alguien conoce las telas “honeycone”, “jaquar”, “pelson”, o qué se debe entender por “piping” o “non-woven”, o cuál es la medida correcta de los straps de una mochila, o los tamaños en que deben ir las impresiones de lo logos, por citar algunos, y sobre todo, adivinarle el gusto a los dueños, quienes aprobaban los diseños (todo eso lo aprendí a la mala y tras muchas reprimendas, regaños y errores), pero en ese tiempo, viendo las reacciones de la jefa, empecé a sentir que bien podía ser una eminencia como joyero, pero quizá era un pobre pendejo para el diseño, ya que nunca en la vida había tratado con alguien que respondía a todas mis dudas con tantos bufidos, malas caras y palabras vacías.

Nunca la culpé de mi falta de progreso, sobre todo porque noté que es de esas personas que prefieren morir antes que admitir sus errores, de modo que empecé a acercarme a los demás para ver cómo hacían sus diseños e intentar resolver mis dudas. Tras un tiempo haciéndolo, recibí otra regañada por parte de la jefa durante una junta: no podía estar quitándole el tiempo a los demás con mis preguntas. Pensándolo bien, ahí la culpa fue mía por no decirle "¿y entonces qué hago si tú no me enseñas ni madres?". Pero no lo hice, me limité a seguirle la corriente y aguantar todo aquello.

Uno de los diseñadores era gay. Me da gracia recordar eso, puesto que cae en el estereotipo estúpido de que no hay diseñadores heterosexuales. Nunca he entendido bien el porqué de esa creencia, pero bueno, no voy a desviarme en ello. Cuando entré era víspera de Navidad y Año Nuevo, así que no había mucho percance. Sin embargo, en enero el gay fue despedido. Nadie se lo esperaba. Al día siguiente que se fue, la jefa me ordenó que me pasara al lugar que dejó, lo cual hizo de mala gana. De por sí yo le caía mal, y luego resultó que el sujeto, que era su gran amiguito del alma fue despedido para dejarme su espacio la hizo odiarme más. Mi nuevo lugar estaba junto a una chica de mi edad, que por lo que supe, era madre soltera. A ella no la conocí gran cosa, pues renunció en febrero, y quedamos solamente 7 diseñadores.

Dado que a ojos de todos yo no sabía diseñar ni usar Corel, me convertí en el mil usos. Aparte de diseñar la página web (lo único que medio sabía hacer y que los demás no), me tocaba buscar muestras de mochilas, ordenar las bodegas, llenar mochilas con periódico para fotografiar y editar en Photoshop para diferentes propósitos (anuncios, listas de productos, etc.) y a veces hasta cambiar los garrafones de agua (aparte que yo hacía todo sin renegar, al parecer era el único con algo de fuerza física, los demás diseñadores y los contadores no aguantaban el peso de los garrafones - qué vergüenza por cierto).

En parte tenía el hecho que le caía mal a la jefa de diseño, y por otra parte sus malos modos despertaban mis propios traumas y me hacían revolcarme en mi rencor (por eso escribo todo esto, si no, ya lo habría olvidado). El camión que salía de esa zona hacia el metro más cercano (a cerca de una hora de camino) es el que tomábamos todos los que no teníamos coche. En un principio me iba yo solo. Después empecé a irme con 2 chicos de ahí. Un día llegamos y ellos se sentaron juntos en un asiento doble. Yo me senté adelante de ellos y el lugar de junto estaba vacío. De repente la jefa nos alcanzó y se subió. Nos vio, y en vez de sentarse a mi lado, se fue atrás de los sujetos con quienes venía. Primer punzada. Ellos en son de guasa le reclamaron que por qué me había dejado solo, que se sentara conmigo. Después de meditarlo un poco, lo hizo de mal modo. Segunda punzada. Tras una conversación que no llevó a ningún lado (iniciada por mí que ella no siguió) se ensimismó en su teléfono y sus audífonos, bufando de vez en vez por tener que estar a mi lado. De lo poco que me dijo, ella iba hasta la base, de ahí tomaba el metro y seguía hasta su casa. Yo en cambio camino solo 10 minutos desde donde nos deja el camión, el cual pasa por el Auditorio Nacional, donde de la nada y aún sin ser su ruta, se levantó como quien no puede soportar más, y se fue. Ni siquiera se despidió. Tercer punzada. Ya hablaré en otra ocasión de los traumas que traigo por los rechazos del sexo opuesto, pero si lo unimos a la actitud estúpida de aquella mujer, supongo podrían imaginar cuánto rencor sentí, sobre todo porque tuve que aguantar esas chingaderas prácticamente diario, no fue algo de un día.



Las cosas no mejoraron en todo el tiempo que estuve ahí. Cada acto que hacia era desaprobado por ella. Era totalmente ignorado y tratado como si no perteneciese al equipo de diseño. Casi todos ellos adoptaron en un principio la actitud infantil de “si le caes mal a mi amigo, me caes mal a mí también”, así que, como la jefa me odiaba, ellos actuaban acorde. Tardé mucho tiempo para poder llevarme en términos amigables con todos, pero siempre estuvo la mala vibra presente, hasta que, finalmente, me despidieron. Pero ya llegaré a eso, ya que no es ni el final de esta historia ni lo que me hizo empezar a escribir en primera instancia.

Ojalá pudiese contar de una vez el problema sin trastabillar tanto escribiendo todo eso. No sé si lo hago para que, en caso que alguien lea esto tenga ciertos antecedentes y puedan comprender mejor lo que intento decir, o si lo hago para, cuando lea esto más adelante (como suelo hacer con todo lo que escribo) recuerde bien a qué venía tanta elucubración, o si simplemente soy parlanchín (creo más que es por esto último).
Pero bueno, mejor prosigo.
 


De las pocas personas con quienes congenié bien, voy a resaltar a algunas en particular: dos de las chicas de comercio. Una duró poco tiempo en la oficina: faltaba con frecuencia por cuidar a sus hijos, o llegaba tarde por llevarlos a la escuela (vivía en Coacalco, la oficina le quedaba demasiado lejos como para llevar a sus hijos a la escuela y entrar a trabajar a las 8 en punto). Un día simplemente le dieron las gracias, que curiosamente coincidió con el día que la otra chica de diseño renunció. Era una chica rechoncha, muy aventada y sin miedo de decir lo que pensaba. A veces veía cómo mis colegas se adelantaban para salir y les gritaba en sus caras "esperen a este wey, pinches malvibrosos". Me caía bien porque me saludaba siempre, fue la primera que me explicó cómo se hacían las cosas ahí, a diferencia de los demás, y le daba voz a mis pensamientos, como el ejemplo anterior. Aparte, le daba por trollear a la jefa de diseño, a veces hasta el punto de hacerla enojar. Era un pequeño placer para mí observar todo ello. Lo último que supe de ella fue que ya está trabajando cerca de donde vive, lo cual me da gusto. La gente que no es agachada como yo merece que le pasen cosas buenas.

La otra chica de comercio simpatizó conmigo casi desde que entré. Era de mi edad, y tenía algo que la hacía muy atractiva a mi gusto. Un día estuve platicando con ella mientras estaba ordenando la bodega. Me dijo lo que iría descubriendo y escuchando de otras personas a lo largo de mi estancia: esa oficina era un nido de víboras. Todos hablaban mal de todos a sus espaldas, nadie veía por los demás, ni sabían trabajar en equipo, así que lo mejor era no confiar en nadie. Y tenía razón. A ella misma nadie la tragaba. Nunca entendí por qué, si era la persona más agradable y sencilla de ahí. Todos hablaban pestes de ella, lo cual me daba asco. Incluso mis colegas de diseño la odiaban. Me irritaba tener que escucharlos hablar mal de ella, como si ellos fuesen mejores. Su “pecado” era tener un acentuadísimo tono fresa al hablar, sonaba como cualquier hija de papi que se pueda hallar en colegios como la Ibero o la Anáhuac, y ella misma decía que nació y vivió casi toda su vida en Ecatepec. A mí personalmente me daba gracia, mas no lo veía como algo malo (digo, hubiese sido peor que hablase como naca). La pobre chica era la mandadera de los dueños. Se encargaba de contactar clientes, asistir a todas las juntas, ir a las bodegas principales que están a hora y media de la oficina, trabajar fines de semana, salir hasta muy noche, promover las marcas, llevar balances, y sobre todo (por lo que era conocida) soportar todos los gritos del hijo del dueño (otro punto al que llegaré más adelante). Hace dos semanas (desde ahorita que estoy escribiendo) supe que se fue. No sé si renunció o la corrieron, pero en cualquiera de los caso, creo que fue lo mejor para ella.

De las señoras de intendencia, una era la que conocía bien la oficina y hacia casi todo el trabajo, mientras que la otra hacía como que trabajaba, dejaba más desorden del que arreglaba y misteriosamente desaparecía después de la hora de comida. Dado que me tocaba a mí ordenar las bodegas acabé simpatizando bastante con la primera, a la que conocíamos como “la señora White” (se habrán dado cuenta que hasta ahora he preferido no escribir nombres, pero de algún modo tengo que diferenciarlos en la redacción para no confundir tanto la historia, así que me arriesgaré a usar dos o tres pseudónimos). Por lo que veía (y lo que ella me decía) yo era el único que ayudaba realmente. El mensajero estaba también obligado a ayudar en las bodegas cuando no estuviese fuera, así como la otra señora de intendencia, cosa que hacían solamente cuando se lo ordenaba algún jefe, y la señora White no tenía la autorización de mandar a nadie (más que a mí). La recepcionista tenía tanta jerarquía como los jefes, y era fanática del chisme, así que podía pasar el día entero comadreando con el mensajero o la otra señora, y si estaban en el chisme y no estaban los dueños bien podían pasar todo el día chismorreando sin hacer nada, aún si se les necesitase, así que yo hacía en parte el trabajo de ellos.

Durante los ratos que pasé ayudándole a la señora White en las bodegas (o cuando ella me ayudaba a mí, para el caso) siempre escuchaba las mismas historias una y otra vez. No era mala persona, aunque a veces sí me aturdía escucharla criticar diariamente a la otra señora de intendencia, al mensajero y a la recepcionista. Las tachaba de “viejitas chismosas” y otros términos mucho más obscenos. La señora White se enorgullecía de ser jalisciense y se la pasaba hablando de cómo las mujeres de Jalisco son las más hermosas del país (usaba de ejemplo a sus propias hijas, aunque jamás me mostró ni una foto). Además decía que las jaliscienses como ella son malhabladas, pero bien cabronas y trabajadoras, que le entran derecho a todo y son unas chingonas hagan lo que hagan, a diferencia de las chilangas que -en sus palabras- son feas y pendejas, que no saben hacer nada y por eso dejan todo hecho una mierda y van a acostarse con el primer pendejo inútil con algo de dinero que hallan (cabe decir que dichas afirmaciones siempre me hacían reír, puesto que conozco varios casos así). Más de una vez me dijo, en son de guasa, que era lesbiana, aunque no me extrañaría que lo fuese. No sé si todas las jaliscienses son como ella las describe, pero al menos ella cabía perfectamente en su propia descripción. Probablemente es de las personas más centradas que he conocido, lo que, aunado al desmadre que es mi propia vida, hizo que me simpatizase demasiado y llegase a quererla y admirarla bastante.

Dado que la segunda señora de intendencia no tiene mayor relevancia en el resto de la historia, contaré rápidamente su salida. Ella se limitaba a hacer limpieza en la mañana, pasando un trapo húmedo en todos los escritorios, aspiraba, barría, llenaba las cafeteras, lavaba los baños (al trancazo por cierto, siempre apestaban a mierda), y después de comer se iba a un pequeño cuarto escondido donde guardaban los archivos de contaduría, donde nadie pudiese verla y simplemente se recargaba en un rincón y se dormía. Así hizo por meses, hasta que un día (en abril, me parece) el jefe de los contadores la cachó, y le llamó la atención. A la señora no le agradó para nada el regaño, y simplemente renunció, argumentando que “no iba a tolerar que le hablaran mal” (otro caso de “primero me muero a admitir que la estoy cagando”). La señora White se burló una semana entera de cómo se indignó la otra y renunció por ello, y siempre me decía que era el ejemplo de las chilangas que no saben o no quieren hacer nada.


Ya se alargó demasiado este intento de historia, pero por desgracia tengo que contar todo esto para darme a entender bien (quizá los escritores de verdad no alargan sus historias nada más para engrosar sus libros y justificar los precios).


Hay unas cosas extra de las que hablaré rápidamente: en marzo entraron 2 personas nuevas: un auditor (?) que iba a trabajar con los contadores, y un gerente que era paisano de los dueños: judío, de los ortodoxos que diario traen pantalón negro, camisa blanca y su mentada kippa en la cabeza que medio le cubría la calvicie inminente. Con ellos se completaba el cuadro dantesco. La verdadera labor de ambos era andar vigilando a todos en la oficina, para ver quién trabajaba y quién no, con lo que se incrementó la tensión y el viboreo. A mí me daba igual, puesto que yo intentaba hacer siempre todo lo mejor posible. A pesar de que todos hablaban basura de todos, yo siempre me rehusé a ello. Yo procuraba hablar bien con todos. Me llevaba bien con la señora de intendencia que renunció, con el huevón del mensajero y hasta con la recepcionista, cosa que no le agradaba del todo a la señora White, pero a mí me valía madres. Entre mis pocas virtudes, me enseñaron a siempre saludar a todos, respetar aún si no me respetan a mí, y nunca sentirme superior a nadie o sentir que soy alguien que no soy, así que en cierto modo me llevaba bien con todos, aún si me odiaban por dentro (a la jefa de diseño jamás la insulté ni le falté al respeto, incluso la saludaba o me despedía de ella aún si no me devolvía el saludo, como solía hacer).

Por otro lado, como buena empresa de judíos, es un negocio familiar. Los dueños son una pareja de más de 60 años. El señor rara vez aparecía ahí, solamente iba cuando llegaba algún cliente fuerte (ahí vendían a puro mayorista grande, no vendían pedidos pequeños). La esposa, se encargaba de revisar todos los diseños, así que no se aprobaba ningún diseño si ella no lo revisaba antes. Iba de vez en cuando, y soltaba cátedras medio excéntricas, aunque hablaba con esa sabiduría que sólo otorga la experiencia. Cabe decir que aprendí más de ella con sus visitas esporádicas que de la jefa de diseño, y para mi sorpresa, ella aprobaba más lo que yo diseñaba, o bien, me decía exactamente cómo debía hacerlo, sin darme tregua de objetar pero también con mucha paciencia. Quiero suponer que ella se daba cuenta que yo estaba en toda la disposición de aprender y hacer lo que se me pedía, siempre y cuando me enseñasen cómo.

En cambio, su hijo era quien llevaba prácticamente todas las decisiones. Era el auténtico hijo de la chingada ahí. Acostumbrado a gritarle a todo mundo, renegar de lo que se hace o no se hace, dar órdenes contradictorias, cambiar de opinión según su estado de ánimo, o simplemente pendejear a quién no hiciese las cosas como el quería (como a la de comercio) traía vueltos locos a todos ahí.

No tiene nada qué ver con el desenlace de la historia, pero el último antecedente que recuerdo es éste: dado que renunció la otra diseñadora, éramos sólo 7, y por un tiempo nos las arreglamos siendo sólo 7 en el área de diseño. Pero después, supongo por mis constantes retardos y faltas, empezaron a llegar más sujetos a entrevistas de trabajo. La jefa de diseño les ponía un "examen" para determinar si sabían usar Corel y si sabían inglés (yo también pasé por ello), pero al final no se quedaba nadie. Hasta que, cierto día, entró un diseñador nuevo, de los que habían presentado el examen. Se quedó todo el día, la jefa lo trató con la misma indiferencia y enfado que a mí, pero durante la comida platicamos con él; nos contó que tenía una familia, era más grande que yo, entre otras cosas. Al final del día, mientras íbamos ya de salida, dijo que quería hablar con el contador porque no le había quedado claro lo del sueldo. Y eso fue todo. Al día siguiente no se presentó, y nadie volvió a saber de él.

Todos coincidimos ese día, a la hora de la comida, en que la empresa pagaba muy poco, y que todos seguíamos ahí más por comodidad laboral o para hacer antigüedad y tener un buen currículum que por amor al arte o por la excelente paga (de las cosas buenas, jamás nos hacían trabajar horas extra ni ir fines de semana, aún si urgían las cosas, y personalmente me gustaba que podía tomar todo el café que quisiese; además, como nadie más entendía ni una línea de HTML - y la jefa prefería tenerme ocupado a lidiar conmigo - jamás me presionaron por terminar la página web, así que pasé mucho tiempo leyendo blogs y tutoriales solamente para entender qué estaba haciendo y determinar la mejor forma de diseñar en web, lo cual al final resultó más benéfico para mí que para la empresa).



Creo que (por fin) eso es todo el antecedente. Ya puedo enfocarme en el meollo del asunto.

 

A finales de abril (o principios de mayo, ya no recuerdo bien), entró una chica nueva. Todavía recuerdo bien ese día. Todos estábamos trabajando cuando llegó junto con el gerente judío, quien la presentó como la nueva del área de diseño, lo cual sacó de onda a todos, ya que ella no había presentado examen como los demás candidatos (del que sólo había entrado uno después de mí, y duró un solo día). Tras presentarnos, todo sucedió tal como pasó conmigo. La jefa de diseño le dio dos o tres catálogos para que se diera una idea de las cosas básicas, y después la ignoró totalmente.

En un principio todos comían en la oficina, sólo el sujeto que me habló desde el primer día y yo bajábamos diario al Inframundo, ya que, aparte de que yo salía para fumar, nunca llevábamos comida (éramos los únicos que vivían solos del área de diseño, los demás llevaban comida que normalmente hacían sus padres, y la flojera nos hacía nunca preparar nada el día anterior). Pero después de cierto tiempo, los demás empezaron a bajar con nosotros, en parte porque el que bajaba conmigo se hizo novio de una de las chicas de ahí, y ella se resignaba a bajar para estar con él, y en parte porque comprobaron que, como nosotros dos siempre decíamos, el simple hecho de salir a tomar aire fresco era relajante y estimulante (sobre todo si salían a fumar, como yo hacía, aunque era el único de toda la oficina con el vicio del cigarro).

Pues bien, ese día, a la hora de la comida, éramos 8 weyes alrededor de una mesa de 1.20 x 1.20 metros, nos las arreglamos como pudimos para caber bien y comer. Nunca voy a olvidar la tensión del momento. La chica nueva notó que todos estaban muy serios, así que hizo un par de comentarios para intentar romper el hielo, a las que todos respondieron con risas falsas, muecas fingidas, afirmaciones secas, seguidas otra vez del incómodo silencio, solamente interrumpido por el ruido de 8 bocas masticando, suaves golpes en la mesa al tomar o dejar algún tupper, carraspeos y uno que otro suspiro.

Me di cuenta que básicamente era lo mismo que me pasó a mí en mi primer día, y la chica nueva no podía ocultar su incomodidad ante esa situación. No sé aún por qué, acaso fue porque la nueva se me hacia simpática y hasta guapa, o fue porque yo siempre aborrecí esa actitud estúpida de mis colegas de no querer siquiera intentar socializar con los nuevos (ya ni porque, siendo ahora compañeros de trabajo, en teoría no les debería quedar de otra), el caso es que el hielo lo rompí yo. Empecé por preguntar lo primero que se me ocurrió: su edad, su estado civil, dónde había trabajado, etcétera. Tras contestar algunas cosas - entre lo que recuerdo, dijo tener 30 años (o sea que yo ya no era el más viejo), estaba casada y tenía 2 hijos, trabajó en varias empresas, era diseñadora de modas - uno de los colegas me recriminó que parecía estarla cuestionando demasiado. Me quedé callado, tragándome mis pensamientos de "al menos no la ignoro como todos ustedes pinches malvibrosos culeros hijos de toda su puta madre" y volvimos al silencio incómodo. La escena terminó en que ella sacó una cajetilla y le ofreció un cigarro a todos, el cual declinaron. Yo también decliné su oferta, argumentando que yo traía mis cigarros, pero le comenté que me daba gusto ver que, estando ella ahí, ya no sería el único en la oficina que fumaba, lo cual a ella también pareció agradarle. El resto del día transcurrió de igual manera que mi primer día: nadie le dirigió la palabra.

Al día siguiente el gerente le dijo a la jefa de diseño que uno de nosotros se dedicara de lleno a enseñarle todo lo que se hacía ahí, y como yo era el mil usos (y el peor diseñador), fui el encargado de asesorarla. Le dije (intentando que nadie me oyese) que la mala vibra que ella notó era cierta, yo aprendí a la mala, mediante regaños y sin guía alguna, y que por ello no me gustaría que ella pasase por lo mismo, así que cualquier duda que tuviese podía acercarse conmigo. Ella misma me dijo que le parecía mejor así, que yo era el único que al parecer la había tratado bien y sin indiferencia desde que entró. Así que le enseñé el proceso de diseño, cómo se le daba entrada a los paquetes que llegaban de China con muestras de nuestros diseños, cómo se le debían hacer controles de calidad para asegurarnos que los chinos no estaban intentando entregar algo mal hecho (cosa que siempre intentaban), cómo redactar los archivos, y varias cosas más. En una de esas veces pasó el hijo del dueño, se quedó parado junto a nosotros escuchando lo que yo le decía, como supervisando si yo sabía hacer bien las cosas o si la estaba malaconsejando, y supongo aprendí a hacer las cosas bien, porque siguió de largo con cierta satisfacción en el rostro. Al poco rato regresó junto con los dueños, se las presentó, y éstos la saludaron con una alegría que nunca más les vi en el tiempo que estuve ahí.

La única que me expresó sinceramente su desagrado por la nueva fue la señora White. Estaba yo buscando muestras cuando me dijo que la niña nueva no le caía mal, pero que le daba mala espina, ya que la contrataron sin hacerle el examen como a los demás, y porque - a excepción mía que entré porque nadie más sabía de web y (según algunos amigos) ningún diseñador web aceptaría el pobre sueldo que yo ganaba ahí- todos los que habían llegado - el auditor, el gerente judío, y ahora ella - estaban ahí porque era el inicio de muchos cambios en la oficina para satisfacer los caprichos de los dueños. Sólo me aconsejó que hiciese mi trabajo lo mejor posible y sin renegar nunca, porque al parecer iban a rodar muchas cabezas.



Insisto, pareciera que me gusta alargar demasiado un escrito, pero de no ser por lo que sucedió después, no tendría sentido contar todo eso.
 


Los días pasaron, y tras haberle enseñado a la chica nueva todo lo que sabía, la dueña le asignó que se sentara con la jefa de diseño, para que le enseñara el procedimiento de contactar a las fábricas en China, enviar correos, supervisar la producción, materiales, tiempos de envío y entrega, etc. Mientras tanto, yo recibí las últimas instrucciones de los cambios para la página web, mismos a los que dediqué los últimos días de mayo. Sinceramente, desde que entré ahí perdí más tiempo aprendiendo cómo se hacía una página web que poniendo manos a la obra, pero como ya dije más arriba, nadie más ahí entendía una chingada de web, así que me dieron todo el tiempo del mundo, interrumpido solamente por las chambas de mil usos, y uno que otro diseño de mochila (que hacía más porque los demás no se daban abasto y debían entregar lo que los dueños exigían que por darme la oportunidad de aprender).

La página estuvo lista tras mucho forcejeo, sólo faltaba la clave FTP para subirla al servidor, cosa que le pedí a la jefa de diseño, a las chicas de comercio, al contador, al gerente, y simplemente me ignoraron, así que me dediqué a corregirle errores de layout (que jamás terminé) hasta nuevo aviso.


 Inicialmente la jefa de diseño, aunque no tragaba a la nueva (al igual que a mí), se vio más dispuesta a enseñarle, y en un principio se llevaban en términos amigables, por lo que los demás también simpatizaron con ella y se relajó un poco el ambiente, lo cual fue para mí un alivio. Pero algunos días después, la dueña anunció que el verdadero propósito de la nueva era el de aprobar los diseños tal como ella hacía, para ya no tener que ir a supervisarnos como había hecho hasta entonces, por lo que, en términos jerárquicos (si es que se dice así), ella era la nueva jefa del área de diseño, con incluso mayor rango que la jefa actual, puesto que sería la mano derecha de la dueña. Esto hizo que la jefa dejara de hablarle a JB (no son ni sus iniciales, pero así la llamaré para no confundirme al referirme ahora a ambas jefas) y la odiase tanto o más que a mí, y - por consiguiente - que los demás también pasasen de tratarla amigablemente a odiarla. Todo decían que JB estaba ahí para que corriesen a la actual jefa de diseño, a lo que yo respondía con silencio e indiferencia, puesto que por dentro tenía la esperanza en que así fuese.


  Junio fue el inicio del fin. Nos dieron varios diseños a cada uno, repartidos por primera vez equitativamente (yo siempre diseñaba una o dos mochilas, frente a 10 o más diseños que hacían los demás). Esta vez fueron 18 diseños por cabeza, incluyéndome. Aún recuerdo lo feliz que me sentí, era la primera vez que iba a dedicarme de lleno a diseñar, en vez de andar de mil usos o peleándome con el código de la página web. Tras una semana exhaustiva de únicamente diseñar, hubo una junta por parte del hijo de los dueños junto con la jefa y JB para hablar de los diseños. Los míos requerían cambios, pero fuera de eso, estaban aprobados. Estábamos todos terminando los cambios de nuestros diseños cuando una mañana llegó la dueña. Lo primero que hizo fue regañarme por no haber subido aún la página web al servidor. Me dijo que no hiciese nada que no fuese lo de la página, y después llamó a junta a la jefa y a JB. Tras el regaño puse manos a la obra, me dediqué a buscar la clave FTP junto con el de sistemas, y después de mucho batallar, por fin la tuve, subí la página y quedó disponible. Dado que la página web de esa empresa sería mi carta de presentación al buscar chamba en otro lado, o simplemente al freelancear, me sentí muy contento y satisfecho de ver mi obra en línea, sentimiento que se deshizo en minutos.

En la junta la dueña deshizo las decisiones de su hijo, desechó mis diseños, y no pareció entender que la página web ya estaba lista, así que ordenó que distribuyesen mis diseños entre los demás para rediseñar desde cero.

Ese día estuve a punto de mentarle la madre a todos (principalmente a la jefa), borrar todo lo que había en mi computadora (incluyendo la página) y renunciar ese mismo día; pero al final, como tantas cosas que me reprimí, esa no fue la excepción. Solamente la jefa se mostró indiferente a mi reacción, pero por primera vez los demás se solidarizaron con mi rabia y me mostraron su apoyo. El resto del tiempo lo pasé buscando muestras y redactando los archivos de los diseños de los demás que sí estaban aprobados. La señora White fue quien me dijo que lo dejara pasar cuando me vio de vuelta arreglando la bodega, lleno de ira y mentando madres. Me dijo que mientras no me pagasen menos, que aguantase todo lo bueno o malo. Me sirvió de acicate, a los pocos días ya estaba otra vez de buenas y tranquilo, y al final le di las gracias por hacerme entrar en razón, a lo que ella respondió que no había nada qué agradecer, que ella me estimaba mucho y no le gustaba ver de malas al único en que confiaba en toda la oficina.


Cuando digo que la gente buena no merece que le pasen cosas malas, lo sostengo. Por eso me dio todavía más coraje lo que sucedió después.


Un martes, JB estuvo en una junta con los dueños. Al final de la misma pude entrar al cuarto de juntas desde donde se accede a las bodegas. Estaba buscando unas muestras cuando llegó el gerente judío a decirme, con tono de urgencia, que les ayudase a buscar una pluma que había perdido JB durante la junta. Era casi hora de comer y vi que toda la oficina estaba buscándola, así que me rehusé y seguí buscando mis muestras, hasta que salimos a comer. Todos los de diseño estábamos en el Inframundo, con excepción de JB. Uno de ellos dijo que el gerente exclamó que, de no aparecer la pluma, todos íbamos a pagarla, y se mostraron más molestos con ella de lo normal. Cuando regresamos JB se acercó a mí con alegría, diciéndome que ya la habían encontrado. Le pedí que me la mostrase, a lo que accedió. Una pluma Lady de MontBlanc. De mis rasgos de joyero, más de una vez traté con plumas finas, así que la reconocí enseguida. Le pregunté quién la encontró, a lo que dijo que la señora White. Le recomendé que no volviese a llevar su pluma a la oficina, una Bic ofrece el mismo resultado y sin preocupaciones. Me dijo riendo y en tono fingido de niña regañada que no volvería a llevarla.

Aún no entiendo por qué demonios no terminó todo el asunto ahí.

Al día siguiente estaba trabajando en los archivos, cuando llegó el de sistemas, se paró junto a mí, empezó a voltear a todos lados, y simplemente se fue. Me sacó algo de onda, y más cuando llegó el auditor llegó a mi lugar, hizo exactamente lo mismo, y cuando vio mi mirada de extrañeza también se fue sin decir nada. No quise quedarme con la duda, así que fui al cubículo donde están ambos a preguntar qué pasaba. El de sistemas es socarrón y se llevaba bien conmigo, así que me dijo "estamos jugando a los detectives, para saber quién agarró la pluma de JB". Le pregunté que para qué, si ya había aparecido, y él estaba empezando a explicar cuando el auditor le dijo en tono imperativo "¡cállate!". Me hizo un gesto como diciendo "él manda, disculpa". Lo entendí y regresé a mi lugar.

El viernes no vi a la señora White hasta en la tarde. Estaba en un rincón de una de las bodegas. Se notaba que había llorado. Le pregunté qué le pasaba. Sólo me dijo que la habían corrido.

Ya no recuerdo bien qué pasó desde que me dijo eso. Sólo sé que me llamaron para otras cosas y ya no pude preguntarle nada. Al parecer nadie más sabía que la habían corrido. Yo necesitaba hablar con ella, porque sabía que sería la última vez. Pero ya no la encontré.

Saliendo me fui rumbo al camión, y al subir, vi a la señora White en un rincón, y aunque el camión iba casi lleno, el asiento junto a ella "casualmente" iba vacío; una muestra de cómo el destino está tejido de una forma tan misteriosamente perfecta como para que incluso ese acontecimiento fuese vil casualidad. Me hizo seña de sentarme con ella, cosa que hice enseguida, y le pregunté qué había sucedido. Me contó desde el principio:

En la mañana tanto el hijo del dueño como el gerente desaparecieron. No regresaron en todo el día. Por la tarde llegó un abogado a hablar con ella. Según lo que captaron las cámaras, ella sacó la pluma de la bolsa de su camisón de trabajo cuando fue a entregarle la pluma a JB. Me dijo que, como yo ya sabía, ella no ve bien, y cuando vio la pluma tirada junto al escritorio, sacó su lámpara de bolsillo para ver qué era, cosa que también debió ser captado por las cámaras. El caso es que el abogado le infundió miedo: tenían todas las pruebas para acusarla de robo y meterla a la cárcel (?), así que la iban a despedir sin derecho ni a un finiquito (tras 15 años en la empresa supongo debía tocarle una liquidación casi millonaria). La cosa era fácil: estaban corriendo a toda la gente que consideran ya inútil, y encima, a la mala, para no pagar liquidación. Le dije que podía meter demanda por difamación, y que, aunque mis conocimientos de derecho penal son tan escasos como de diseño gráfico (snif), según yo, si ella devolvió la pluma no procede ninguna acusación de robo, aún si en verdad el video muestra que la traía en la bolsa. Me dijo que lo único que le daba coraje era que esos pinches judíos cobardes se largaron para no confrontarla (luego por qué caen en el estereotipo de que siguen vivos sólo porque le huyen a toda disputa), y quien le dio la noticia fue el jefe de contaduría, a quien ni siquiera le corresponde despedir a la gente, y que - según ella - estaba llorando de impotencia al ver la canallada que le hicieron a la señora White y de la que él ya formó parte sin deberla ni tenerla. Ella misma lo consoló y le dijo que no se preocupase, mismas palabras que me dijo a mí en ese camión rumbo al metro, cuando vio mi coraje ante todo lo ocurrido. Le comenté los actos del auditor y el wey de sistemas en mi lugar, y como no los vi sospechando de nadie más ni merodeando en otros puntos donde las cámaras pudiesen captar el momento cuando apareció la pluma, me imaginé que quizá todo el asunto era para correrme a mí, pero ella tuvo la mala suerte de encontrarla. Me dijo que, fuese así o no, ya no perdiese mi tiempo en ese lugar, lleno de víboras y cobardes. Me aconsejó que buscase trabajo cuanto antes en otro lado, porque tarde o temprano todos ahí van a correr la misma suerte. A todos los van a apuñalar por la espalda como a ella, dijo, aún después de tanto tiempo dejando la vida en la empresa. Me dijo, sonriendo, que no me preocupase por ella, que ella sabía que no hizo nada malo, y que tenía las puertas abiertas para trabajar en otros lados. Al final la abracé y se fue con la frente en alto, como siempre decía ser. No sé si todas las mujeres de Jalisco sean así de íntegras, lo que sí se es que esa fue la primera vez quizá en toda mi vida que lloré porque no volvería a ver a una mujer a quien quise mucho sin haber existido una relación amorosa de por medio.

Efectivamente, al lunes siguiente comprobé que casi nadie mas sabía que la señora White ya no estaba, y menos aún de la canallada que le hicieron. Nunca culpé a JB de todo el asunto, ya que la conocía, y sabía que si toda la oficina era un nido de víboras, ella no era así. Todo venía de los dueños, que querían deshacerse de algunos y a la mala, y en el fondo seguía pensando que hubiesen dado lo que fuese por que yo hubiese encontrado su pluma. Seguí llevándome bien con JB, y llegó a un punto en que solamente hablaba bien conmigo. Fue lo único bueno del final de mi tiempo ahí, junto con los demás colegas, que aunque no tragaban a JB se llevaban ya muy bien conmigo.


Que quien lea esto juzgue mis actos. Quizá el asunto de la señora White fue la gota que derramó el vaso, aunado a los malos modos de la jefa, el haber visto todos mis diseños en la basura, y el ambiente de mala vibra, el caso es que no volví a llegar temprano desde entonces; la página web aún tenía detalles (principalmente en la versión móvil) que jamás me volvieron a preocupar; dejé de dedicarme totalmente al trabajo y empecé a perder el tiempo bajando películas y música, y por todo ello, a mediados de julio me corrieron a mí. Solo regresé una vez por un cheque de finiquito, y no volví a pisar ese maldito lugar nunca más.






Recibí mensajes de JB durante Agosto, y siempre me decía que todos me extrañaban, sobre todo las tonterías que solía decir mientras trabajábamos, que a veces ponían alguna canción en el stereo y se acordaban de mí, y sobre todo, cuando le preguntaba si ya había mejorado el ambiente siempre me contestaba que no, que todos seguían igual de malvibrosos y sangrones, y que ahora que ya conocía mejor el trabajo tenía más responsabilidades y diario salía tarde, pero que no podía quejarse. Dicho sea de paso, desde que ella entró, más de una vez me confesó que ella ya había trabajado en varias oficinas, pero que jamás había llegado a un lugar con un ambiente tan hostil y tenso como en ese lugar. Esto no tiene relevancia obviamente, pero lo escribo para quienes han llegado hasta aquí y creen que mi percepción de la oficina fue demasiado inocente y que en cualquier oficina hallaría el mismo ambiente con tanta mala vibra.

Al final me mandaba muchos saludos, y me deseaba que consiguiese chamba pronto. Sus mensajes me recordaban que el no comportarme como los demás y ofrecerle mi apoyo sincero, tuvo su recompensa. Tenía una amiga nueva.

Finalmente, a principios de septiembre recibí un mensaje de Leo, el sujeto con quien siempre me llevé bien. Me da igual usar su nombre real, puesto que fue de los pocos a quienes valió la pena conocer de ahí. Me preguntó cómo me iba, si ya había hallado trabajo, y cosas así. Le platiqué que no había hallado nada, y mientras tanto había vuelto a la joyería. Le pregunté cómo iba todo por allá. Me dijo que el auditor, la recepcionista y la chica de comercio que mencioné se fueron de la empresa. Resonaron en mi mente las palabras de la señora White "los van a apuñalar por la espalda cuando ya no les sean útiles". Sentí feo de los tres, principalmente de la chica de comercio, pero ya lo dije más arriba: seguro fue lo mejor para ella. Me comentó que entró otro diseñador en mi lugar, y a diferencia de JB y de mí, le cayó súper bien a la jefa de diseño, incluso tal vez le gustó el chavo. Le dije que me saludara mucho a todos ahí, principalmente a JB, y nos despedimos. Cada quien siguió su camino.

Ese debía ser el final de la historia, y jamás debió salir de mi recuerdo. Es curioso cómo un solo acto puede derribar tus ideales y hacerte dar cuenta que el infierno tiene una cualidad más fuerte que el fuego, el tormento y demás. El infierno es constante y probablemente eterno, como tanto rezan todas las religiones.



______________________________________





Es un domingo, previo a las celebraciones de independencia. Voy camino al trabajo, pensando un poco en lo que ha sido de mí en este tiempo. Mi familia me ha pedido que los apoye en la joyería en lo que consigo trabajo, y en esas ando. Ya tengo 29 años desde hace un mes, y vaya que he aprendido bastante en estos meses. No tengo aún trabajo fijo, y estoy volviendo a bajar de peso al carecer otra vez de dinero para comer bien, igual que hace casi un año, pero ya tengo más experiencia, aprendí muchísimas cosas en aquel lugar aunque no me guste admitirlo: ya puedo prescindir de Dreamweaver para diseño web y usar un vil editor de textos (como debe ser), y aprendí a usar el pinche Corel al nivel que sé usar Illustrator, entre otros; por otro lado, tengo ya recuerdos diferentes a los que coleccioné los 8 años que fui joyero, sin contar a toda la gente que conocí, y aunque sigo sin tener la respuesta a qué chingados debo entender cuando alguien me diga que "a un diseño le falta diseño", ya tengo más nociones para algún día responderla a satisfacción.

Ya que estoy por llegar al trabajo, suena mi teléfono. Es un mensaje de JB. Otra prueba que el destino está demasiado bien estructurado como para que la casualidad pudiese existir. Siento una grata sorpresa y alegría saber de ella, hechas trizas en un momento, como ya había experimentado antes.


La razón de su mensaje es para contarme que la corrieron.


Según el hijo de los dueños, su única razón fue que ya no era requerida en la empresa, así que le pidió pasar por su liquidación al día siguiente, y ella quiso saber cómo lo había manejado yo, para saber cuánto debía exigir de acuerdo a la ley. Tras una larga pausa solamente atino a decirle que yo no aplicaba para liquidación debido al convenio que firmé por siempre llegar tarde, pero le paso el link a una página donde se puede cotizar todo eso.

Sigue mandando mensajes, desahogándose un poco de aquel miserable lugar, de la mala vibra, los corajes y demás, pero no pongo atención. No puedo ya pensar. Resuena con más fuerza el recuerdo. "Los van a apuñalar por la espalda".  ¿Qué esperan entonces esos pinches judíos? ¿Quieren pura gente neurótica y malcogida? Obviamente yo no era un buen elemento, pero ¿por qué se deshacen de los que sí lo son? Primero la señora White, luego la de comercio, y ahora JB. Tengo ganas de llorar, pero no puedo. Siempre he pensado que a la gente buena no le debería suceder cosas malas. Pero no es así. ¡Abre los ojos! ¿En qué mundo crees que vives? Si en verdad crees que a la gente buena no le debería suceder nada malo, o eres verdaderamente estúpido, o no entiendes cómo funcionan las cosas.

Pero entonces ¿Por qué pienso así? ¿Quién me dio esas creencias pendejas? ¿Por qué intento ser alguien moral en un mundo inmoral? ¿Por qué me da por llorar por cosas que a la larga ni son mi problema? ¿Quién les dijo que me agrada esta vida? ¿Tengo que volverme una persona déspota, amargada y malvibrosa como la jefa de diseño para que me vaya bien en la vida? ¿Será que quien está equivocado en su actuar soy yo y no ella? Y de ser así ¿por qué sigo intentando convencerme de lo contrario? Quizá sería más feliz si pudiese dejar mi sentido común y me volviese un hijo de la chingada. Mínimo no me quejaría tanto, y en vez de haber aguantado las malas vibras en esa oficina de mierda por culpa de sus actitudes inmaduras y pendejas, les hubiese dado a todos razones sólidas y verdaderas para que me odiasen, sobre todo a esa puta gata malcogida que tuve por jefa.

Mis manos tiemblan de rabia. Tengo un nudo en la garganta. Solamente atino a encender un cigarro y concentrarme en el humo que exhalo tras unos segundos, como implorando disolverme junto con él. Tengo 29 años, mi hoy está lleno de ayer, y entre más abro los ojos, más miserable me siento. Creo que ahora entiendo por qué me aferré ocho años a la monotonía de la joyería. Bien dicen que más vale malo conocido...



Recibo otro mensaje de JB. Me agradece la ayuda y dice sentirse mejor al haberse desahogado de todo lo que tuvo que aguantar, y me agradece el haberme conocido; promete que algún día irá a visitarme a la joyería para ir a tomar un café y platicar con calma.

Se me pasa el coraje al leer eso. Me recuerda que no todo fue malo. Conocí muy pocas personas buenas, pero eso hizo que valiera la pena aguantar todo aquello. Es difícil generalizar cuando conoces tan poco de la vida. Sin embargo, es lo más sencillo que se puede hacer en nuestros pequeños y frágiles mundos. Observas la forma de ser de unos cuantos y puedes casi adivinar sin falla quiénes son iguales. Pero hasta ahora sólo pensaba qué tiene en común la gente que odio y me odia; no reparé jamás en los parecidos de la gente que aprecio y -de algún modo- me aprecia. Quizá yo también soy de esos que primero se mueren a admitir que están equivocados, pero - incluso ahora - me niego a rebajarme al nivel de quienes me han odiado y pagarles con la misma moneda.

Vuelvo al teléfono. Le agradezco a JB sus buenos deseos con el corazón en un puño, y le deseo lo mejor para lo que venga. Me desea que consiga trabajo pronto y finaliza diciendo que nos volveremos a ver algún día. Me manda un beso, y después estoy solo...





Decidido: los escritores de verdad no alargan sus historias solamente para engrosar sus libros y parecer expertos en sus temas. Es todo un reto y un arte expresarse correctamente, sobre todo para quienes no somos escritores pero necesitamos catarsis, anhelando hallar un momento de paz mental entre todo este infierno constante y eterno.