martes, 28 de junio de 2011

Historias de un Infierno I




Halo de lector, señal creciente de locura.

Dar un respiro al alma mediante la escritura, tarea insana para alguien que sufre incluso para hallar las palabras acordes a lo que desea. Es más viable intentar dar dicho respiro mediante la escritura de otros. Ellos tienen más cultura, saben más de mundo, y probablemente tienen más tiempo libre. Hay que apegarse a sus estelas.

Y a lo largo del existir, después de unos cuantos textos, crónicas y críticas, se llega a la conclusión de que todo iletrado que intenta escribir no es más que un pobre diablo. Aquellos que no reculan su redacción no dan la talla. Y la mayoría de escritos caen en el tedio de repetir lo repetido. Frases trilladas, lo mejor que gran parte de la humanidad alcanza a citar.

¿Quién fabricó esas doctrinas?

Por una razón más que obvia, el mundo del escritor es su propio mundo interior. Aquel mundo donde el lector se sumerge y del cual probablemente terminar deseando formar parte, es un mundo "ideal". Demasiado lejos de la realidad, por más apegado que pudiese aparentar. 

Curiosamente, la Barcelona de Ruiz Zafón no es un sitio lleno de gallegos ignaros de los universos paralelos empalados en los libros. Todos se expresan de forma correcta, emplean vocablos que el hombre masa cree conocer y aplicar en su vida diaria, cuando en realidad las leen únicamente en escritos similares. El universo de la Historiadora de Kostova no está exento de literatura, citas a mayores escritores, y descripciones tales que nos hacen sentir que vislumbramos los escenarios.

Los mundos que ofrecen los escritores son sublimes, mas se conserva la sensación de que son ajenos. Ese golpe me trae de vuelta a la cruda realidad. Llega el punto en que el refugio en mundos así resulta un severo golpe a la cordura y a la conciencia de la realidad.


¿Y los que anhelamos un mundo así? 


¿Qué tanto hay que soñar con un mundo alterno, para poder imaginar una cafetería donde el capataz te reciba exclamando "mi bienaventurado comensal, una jarra de café negro y panecillos son primordiales, que el día es frío y el tiempo apremia a los que comen a deshoras", pudiendo de tal forma evitar recordar que en el frío universo donde uno nació, en realidad te reciben con un "pásele, amigo, hay lugar, enseguida le tomo la orden"?

¿O será que únicamente en el ambiente donde me desenvuelvo se trata así? Decir emperifolladas como "menudo tiempo en una ciudad tan caótica, ya no es aquello que fue" suena absurdo. Sólo en un libro se puede leer eso. En la vida real todo es "pinche calor, joven, el tráfico es un desmadre". ¿Quién le dijo a esa bola de cultos cobardes que no saben más que refugiarse en sus escritos, que la gente común habla así? Hasta los vagabundos han leído a Wilde en sus historias. 

¡Abran los ojos, mugrosos letrados! En este mundo del que tanto huyen, Paulo Coelho y Stephenie Meyer son los verdaderos héroes literarios. El bibliotecario promedio no se sabe tantas citas de Shakespeare, la mayoría de gente apenas ha escuchado acerca de quién es Borges (y eso porque algo supieron de un ex-presidente que pronunció mal su nombre, lo cual no fue más que el eco de millones), y mucho menos pueden afirmar que han leído más de 5 libros en su vida que no sean de superación personal. 

Respecto a los que han leído algo, citando a algún escriba que encontré por ahí, quienes afirmen haberle entendido al Ulysses de Joyce lo harán sólo para parecer inteligentes. Afirmarán estar buscando (o empezando) una obra de Murakami. Los demás pueden afirmar que Monsiváis y Fuentes son orgullo nacional, aunque no sepan ni cuáles son sus obras. Si saben algo (o mucho) de Blake, o de Bukowsky, es porque buscan desesperadamente un universo (de esos que sólo se hallan en los libros) que encajen con sus decadentes y miserables vidas (típico de adolescentes). Si tienen un libro de "aquél depravado que era Conde o Duque (algo así) de Sade, o algo así" (¬¬) tendrán la seguridad de que es por puro morbo, porque se cuentan con los dedos del cuerpo aquéllos que leen al finado Marqués como objeto literario. Y Carroll, lejos de haber escrito una obra maestra, no es más que un vil pedófilo que puso las bases para obras hollywoodenses producto de una malévola corporación.

¡Dejen de hacerme desear con sus obras que hay mundos mejores! Yo también deseo un universo paralelo. Un mundo donde el sexo puede ser interpretado como algo más que una simple penetración, unos minutos de estímulo, la eyaculación y el vacío existencial posterior. Un mundo donde el mal de amores sea poético, y no simplemente algo que te quita el sueño y despierta deseos de venganza y suicidio. Dejen de hacerme creer que en la papelería de la esquina puedo encontrar una pluma de Víctor Hugo y adentrarme en una historia inverosímil. Que dentro de cada uno hay una percepción milimétrica de los detalles similar a la del famoso personaje de Conan Doyle. Que puedo adaptar al asqueroso siglo XXI una situación similar a la del siglo XIV y poder ingeniármelas para investigar crímenes como Baskerville en la Magnum Opus de Umberto Eco. Que en las circunstancias más extrañas puedo encontrar a una chica introvertida con suficiente habilidad como para ser una peligrosa hacker (¡te maldigo Larsson!). Y sobre todo, dejen de hacerme saber que me falta aún mucho por leer para siquiera comprender lo que estoy diciendo.

A falta de una iluminación así, tengo que escapar de la realidad de otra forma. Leer me ha vuelto demente. Y escribir no es lo mío, tal como se puede apreciar en todo este derrame de pensamientos. Si pudiese hacerlo, no tendría que recurrir a otras artes, como el dibujo o la música. En los verdaderos ataques de pánico, el alcohol es la solución, o bien, algún poderoso alucinógeno. Y los culpo a ustedes, escritores, por hacerme igual de cobarde que ustedes, fabricando refugios casi palpables, imaginando horizontes donde pueda ser feliz, y cada vez despegándome más de esta mierda (casi marca registrada) conocida como la vida real.


Halo de lector, señal creciente de locura.


"Entrañado en la oscuridad pecaminosa estuve yo también,
concebido no engendrado"
Ulysses, de James Joyce

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