lunes, 11 de marzo de 2013

Historias de un Infierno VI


Estoy en una cantina de mala muerte. No sé que hago aquí. Terminó el día laboral, y unos colegas me invitaron unos tragos. No he comido en todo el día, así que ya estoy borracho con sólo unas cuantas cervezas.

Estos últimos meses han sido horribles. Estoy demasiado estresado, cansado y fastidiado. Los problemas me llegan al cuello. Cada acto es olvidar que estoy hundido, y no tengo hacia dónde ir, y eso me enfurece. No he tenido dinero siquiera para tomar, así que acepto gustoso la invitación. Aunque a decir verdad, yo mismo me invité, y para mi fortuna mis colegas no son envidiosos, al contrario, para ellos cualquiera que se les una es bienvenido.

Estuvimos un par de horas bebiendo y fumando afuera de uno de los locales de grabado, discutiendo sobre un montón de temas referentes al trabajo. Yo soy joyero, mis colegas son grabadores, así que podemos hablar sin sentir que estamos con la competencia o con el enemigo. Los temas son los mismos (no es la primera vez que me quedo a beber con ellos), hablamos de la situación, de que no hay ventas ni trabajo en ningún lado. Mal de muchos, consuelo de tontos. Saberlo me reconforta y al mismo tiempo me deprime aún más. Significa que no parece haber solución a mis problemas, ni hacia dónde moverse.

Los policías de la plaza nos piden que nos vayamos, ya que van a activar las alarmas y no puede quedarse nadie dentro. Salimos, y ellos se dirigen hacia una cantina que está a unos 200 metros. Yo no quiero ir, odio ese lugar. Pero no tengo a dónde ir ni con alguien más, y no me apetece seguir bebiendo en casa, así que decido acompañarlos. Va el dueño de los grabados, uno de los empleados y la esposa de éste, quien apenas entró a trabajar, más para cuidarlo que por necesidad.


El tiempo pasa rápido. El reloj marcaba las 9:40 cuando llegamos, y cuando me doy cuenta, ya casi es medianoche. Yo estoy demasiado borracho. El empleado y su esposa ya se fueron, y la cantina está repleta de gente mayor que yo. El más joven rondará por los 40, soy el único de 27 en ese tugurio. ¿Por qué no hay nadie de mi edad, en cualquier lugar al que voy? ¿Qué hago aquí?

Estoy de pie recargado en la barra, intentando saborear mi cerveza, aunque ya tengo el paladar adormecido. Enfrente hay un ejército de botellas, formadas y listas, y tras de ellas un espejo. Hay un pequeño hueco entre las botellas frente a mí, en el cual dirijo la mirada. Veo mi reflejo. Llevo 7 años acabándome la existencia en el trabajo, pero mi rostro refleja el doble de años. Tengo más canas que muchos señores de ahí. Me da repugnancia lo que veo, y más asco me provoca tener que observar esa maldita decrepitud cada día.

Los meseros sólo reaccionan cuando alguien les grita que les sirvan otra. El dueño de los grabados está bebiendo y hablando con una señora que rondará por los 40, rolliza y ya muy borracha. Junto a ellos hay otros dos borrachos, bebiendo y discutiendo. En las mesas de atrás hay muchos señores, todos gritando, riendo y fumando. La ley antifumadores de esta maldita ciudad no parece tener poder en este lugar, cosa que de algún modo agradezco. No he terminado un cigarro cuando ya estoy encendiendo otro, y así me he terminado casi una cajetilla en sólo dos horas. La rockola tiene cumbias a todo volumen, y vuelvo a preguntarme por qué estoy ahí.

Volteo al espejo y veo otra vez mi reflejo. Una vida tan ruin desde mi punto de vista. La señora rolliza me trae un recuerdo que siempre he querido sepultar...


La primera vez que me emborraché fue tras una pelea con una ex-novia cuyo nombre no quiero acordarme. Estaba triste, y como no sabía qué hacer, quise recurrir al olvido como todo mundo: con alcohol. Tenía 18 años. Fui a un bar, donde empecé a pedir cerveza tras cerveza. Después de 10, ya estaba muy mareado. Una señora gorda que estaba a mi lado también estaba borracha, aunque no tanto. Traía, según recuerdo, un vestido negro, el cual remarcaba sus lonjas, aunque también le levantaba el busto y el trasero, ambos prominentes, aunque no muy firmes. Tenía el cabello rizado y largo, y por las facciones me pareció la dueña de algún tugurio de burlesque, o hasta la chica de una casa de citas. No me quitaba la vista de encima. Después de un rato, me pidió un cigarro, y después me ofreció algo que me pareció una grapa de cocaína. Le di las gracias, pero le aseguré que no me interesaban las drogas. Me preguntó por qué estaba triste. Le expliqué a grandes rasgos, y al final no dijo nada, sólo me pasó la mano por la espalda y me dijo "estás muy joven para llorar por amor".
Salí del bar y me paré en la avenida a esperar un taxi. La gorda me alcanzó, y me pidió dinero para ella poder tomar un taxi también. Saqué algunas monedas y se las di. Llegó uno, se subió, y me dijo que subiera con ella. Estaba tan borracho que accedí.
Después todo se me hace confuso. Medio recuerdo que en el camino le puse las manos en sus orondos y flácidos senos, mientras ella reía e intentaba hacer que me quedara quieto, y al mismo tiempo daba instrucciones al taxista para llegar a su destino. Llegamos a una calle obscura, donde bajamos. Le pagué al taxista y se fue. Recuerdo que tenía unas ganas incontrolables de orinar. Ella me dijo "Espérame aquí, voy a pedirle dinero a mi marido y ya nos vamos a coger" y desapareció en lo que parecía la entrada a una vecindad, igual de obscura que la calle. La idea me estremeció. Aunque ya había explorado con las manos a una ex que tuve a los 15, y a la chica con la que andaba entonces (suena ridículo, es mejor decirlo coloquialmente: "aunque ya me había fajado a dos viejas"), hasta entonces nunca había tenido sexo tal cual, y en ese entonces tenía miedo de quedar en ridículo con mi novia por ser aún virgen y no saber cómo proceder, así que no estaría mal "practicar" con esa puta gorda, que al parecer era toda una "Cougar" fanática de los falos jóvenes y fuertes. Al menos todo eso pasaba por mi ebria cabeza.
Ella tardó, y yo ya no soportaba la urgencia de orinar, así que fui al rincón más obscuro de la calle, junto a un trailer estacionado a pocos metros, y ahí oriné rápidamente, cuidándome de las patrullas y de cualquiera que pasase por ahí. Terminé y volví al lugar donde me indicó esperarla.
Fue entonces cuando, ya con la mente y el cuerpo más tranquilos, la cobardía se apoderó de mí. ¿Qué tal si el "marido" de la gorda se percataba de que iba a coger con otro y salía a buscarme, y yo desarmado, borracho y sin dinero? ¿O qué tal si la gorda me pegaba una infección si todo salía según lo planeado? Se me ocurrieron un buen de estupideces, así que empecé a correr, lejos de ahí. Nunca había estado borracho, así que gran parte del trayecto lo di en zig zag, mientras volteaba para asegurarme que nadie me seguía e intentaba mantener el paso rápido sin tropezar. Al final llegué a una avenida conocida, paré un taxi y me fui. Me botó a 1 cuadra de mi casa, afuera de un kindergarden, donde recuerdo que vomité. Entré a mi casa y me quedé dormido.
Al día siguiente vi a una señora barriendo afuera del kinder donde vomité. Quizá alguna facción me delató, porque se me quedó viendo con ojos de muerte cuando pasé por ahí. Después supe que la chica que era mi novia estuvo muy preocupada porque nadie supo de mí, y yo llegué muy tarde (nostalgia me da recordar aquella época en que los celulares apenas estaban poniéndose de moda y no cualquiera traía uno). Me pidió disculpas por la discusión del día anterior, y yo hice lo mismo. Recuerdo que prometí no volver a embriagarme, puesto que tuve una muy mala experiencia (que obviamente nunca le conté).

9 años después de esa experiencia, me resulta inconcebible no emborracharme. Por otro lado, me entristece saber que me duele menos recordar a esa puta gorda que a la puta que consideraba mi novia en aquel entonces.





Estoy solo en esta cantina. Solo, para variar. Estoy cansado, triste, fastidiado, y gracias a tanto alcohol los recuerdos se hicieron más pesados. Tengo ganas de ir a donde haya gente de mi edad. Pero no tengo mucho dinero, y debe durar lo más posible. Tengo que irme a casa. No quiero gastar en un taxi, y pronto cerrarán la estación del metro. Me despido del dueño de los grabados, de la gorda que me recordó esa experiencia. Salgo, y por primera vez en mucho tiempo, veo que tomé más de la cuenta. Termino vomitando. Eso también me trajo recuerdos.

Logro llegar a la estación, tomar el último tren y llegar a casa. Paso antes a un puesto de tacos de birria que está siempre abierto, sin importar la fecha o la hora. 5 tacos y un consomé bastante picosos me traen de vuelta al mundo. Llego a casa y me quedo dormido.


Despierto, y veo mi reflejo. Peor que el día anterior. Sé que la semana que se avecina va a ser aún más pesada. Y la memoria me estorba demasiado. Aún así, me da algo de curiosidad saber qué recuerdos me traerán los acontecimientos de mi próxima borrachera.

1 comentario:

† XII REINOS † dijo...

Muy buena historia, hace tiempo no me entretenia leyendo algo en algun blog. saludos